10 de junio de 2008

Os lo advertí


Me levanté media hora después de que empezara la marcha ciclonudista. Me dolía un poco la cabeza, pero no me importó. Me vestí corriendo para coger la bici y salir. Me desvestí corriendo para echarme crema de sol por todo el cuerpo porque me había olvidado y no quería achicharrarme. Volví a vestirme y salí a toda velocidad con la bici con la intención de alcanzar a la ciclonudista. En la calle Génova vi al primer grupillo de ciclistas desnudos. Aceleré hasta que me vi inmerso en una marea de culos, ruedas, miembros, sillines, tetas y pedales.
Una vez observado el percal hice una parada técnica en una acera dónde unos viejezuelos curioseaban el pasar de las bicicletas. Delante de ellos me quité toda la ropa. Debo reconocer que al principio me dio un poco de vergüenza, pero la columna de ciclistas despelotados me animó mientras fluía al grito de "¡No nos mires, unéte!".
Una vez en porretas y subido a la bici, me invadió un sentimiento de profunda libertad. La bici es un medio de transporte que te hace sentir libre de por sí, pero si encima vas desnudo cuando montas la sensación es indescriptible.
La marcha continuó por Colón, Cibeles, Atocha, Embajadores, Pta. Toledo y finalmente Plaza de Oriente, dónde hicimos una parada delante del Palacio Real para saludar a su majestad con nuestras hermosas nalgas al aire.
Es ese punto surrealista y absolutamente provocador que tiene la desnudez, esa rotura de la realidad que supone estar desnudo en un sitio público, transitado y además emblemático lo que más me gustó de esta experiencia.

El año que viene os espero.

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