28 de diciembre de 2007

FrikiTattoo

Después de soportar muchas miradas de incomprensión y semirepugnancia expresadas por gente de mi alrededor debido a mi insistente voluntad de mantener conversaciones sobre moléculas, Entropía, proteínas, dinosaurios, evolución y biología en general me tenía a mi mismo como un auténtico friki. Pero después de ver esto creo que me queda bastante para serlo. Tal vez con un poco más de tiempo....








Este colgao llama a su tatuaje (muy chulo por cierto) BassDNA













Este otro se ha tatuado el diseño molecular de la doble hélice, átomo a átomo, interacción covalente a interacción covalente, pero como se la ha puesto en la espalda tiene que mirarlo en el poster de su cuarto.





A este frikazo se le ha ocurrido pintarse una molécula de DNA superenrrollándose. ¡hasta se ven los octámeros de histonas!


















En este tatuaje tan ilustrativo este tipo raruno de pezones como galletas Oreo nos enseña toda su anatomía interna.






No podían faltar los paleontólogos & company a esta lista de los más frikis. Este, en particular, nos deleita con la composición original de Archaeopterix, el primer dinosaurio al que se le vieron las plumas, si no me equivoco.






Todos éstos y muchos más en el Flikr de Carl Zimmer

26 de diciembre de 2007

Noche del infierno


He ingerido un enorme trago de veneno. -¡Sea tres veces bendito el consejo que llegó hasta mí! -Se me abrasan las entrañas. La violencia del veneno me retuerce los miembros, me deforma, me derriba. Muero de sed, me ahogo, no pudeo gritar. Es el infierno, ¡La pena eterna! ¡Mirad cómo asciende el fuego! Ardo como es debido. ¡Vaya, demonio! [...]


Arthur Rimbaud, "Une saison en enfer" 1873

La casa que sólo tenía dos paredes


Hay cerca de mi casa una placita pequeña, con una pequeña tienda de flores regentada por una familia de gitanos, un puestecillo minúsculo de loterías en desuso y un bar que saca mesas y sillas a la calle los días soleados para deleite de los turistas que por allí pasan.

Siempre que camino por ella no puedo evitar fijarme en un hombre que duerme allí. Jamás he hablado con él, pero desde siempre ha llamado poderosamente mi atención y mi curiosidad, despertando mi imaginación de sobremanera.

Se trata de un hombre entrado en años, de pelo cano, bigote descuidado y apariencia algo fondona. Las formas redondeadas y carnosas de su cara muestran las arrugas que el tiempo no ha olvidado dejar en el contorno de sus ojos, sus labios y su despejada frente, pero hay algo en su expresión que me despierta una enorme simpatía. Tiene los ojos azules, las cejas pobladas y despeinadas. Sus manos son pequeñas y rechonchas, de aspecto áspero y rudo. Viste un fino y raído jersey de algodón y unos pantalones de color marrón, que parecen ser de pana. Desprende un olor acre característico, aunque no muy agradable.

Todos los días del año, incluso en los fríos inviernos, duerme, come y cena en la plaza. Tiene, en vez de armarios, un pequeño ejército de carritos de la compra, de los de dos ruedas, dónde guarda todas sus pertenencias. Los carritos están llenos a rebosar y por las mañanas se afana en atarlos bien a una valla metálica con unas cadenas tras guardar los pertrechos con los que, cada noche, construye su “dormitorio". Éste es, en realidad, una pequeña obra de ingeniería civil, compuesta por un hule azul de grandes dimensiones que cuidadosamente ata a una de las paredes del puesto de flores, formando una especie de tienda de campaña dónde se introduce. Para aislarse del gélido suelo invernal utiliza cartones y una esterilla de las de acampada. En la complicada estructura que monta todas las noches hay hasta un respiradero compuesto por una caja de fruta de plástico azul colocada en la cabecera. Por las mañanas debe despertarse pronto y recoger todo antes de que el puesto de flores, que da sustento y mantiene la compleja estructura que le calienta por las noches, abra.

A la hora de comer monta su “salón-comedor” en las cercanías del puesto de loterías abandonado, utilizando una de las paredes como cortavientos, y colocando varios de sus carritos para tapar los otros posibles focos de viento. Rodeado por carritos y apoyado en la pared del puesto de loterías, sentado en una débil silla replegable, cocina con paciencia, al fuego de un camping gaz, una no muy variada suerte de alimentos que inundan con su sabroso olor la placita.

Desconozco porqué ha elegido esa plaza, y no otra, pero creo que de alguna manera él lo entiende cómo su hogar. Las dos paredes alrededor de las cuáles monta su casa, determinan un espacio que ha conseguido separar de la gran urbe, un rincón por el que no paga alquiler ni hipoteca alguna, aunque no hay duda de que le pertenece. Un rincón de la ciudad transformado en hogar.

25 de diciembre de 2007

Manifiesto a favor del sueño


Hoy soy un niño prematuro. Nací con varias horas de adelanto, no por placer, sino por obligación. Con mis ojos neófitos observo atónito lo diferente del mundo a las ocho de la mañana: los bostezos, las cabelleras todavía húmedas, los recién peinados, las aglomeraciones.... y me cuestiono la necesidad del mundo a éstas horas.

Hoy ha sido diferente, no he ignorado el despertador que me saca de mi cómodo útero con almohada incorporada. No sé que me ha impulsado a obedecer a semejante máquina alimentada por pilas, pero algo en mí era diferente: no me he sentido tan mal como es habitual a esas horas, y he decidido enfrentarme a mi pereza, para re-descubrir el universo en otra variante temporal.

Mi habitual parsimonia se ha visto sustituida por un irracional estrés, que no surgía de mi interior sino que brotaba del ambiente. La multitud, frenética ha olvidado despojarse de las ojeras y los bostezos, y sustituye horas de sueño por incómodos cabeceos en el tren. Algunos se esfuerzan por leer algún periódico, o algún libro, pero sus caras les delatan: Se están muriendo de sueño como todo y todos a éstas horas. Así llego a la conclusión de que madrugar es cruel a la par que innecesario, y sugiero a las autoridades competentes la completa eliminación del acto de madrugar, ya que lo considero un reducto de la revolución industrial que nos obliga a pasear nuestras legañas a unas horas a las que no están acostumbradas, ni lo estarán nunca.

Cada bostezo es el clamor de un alma por seguir durmiendo.


Cada cabezada es una auténtica batalla, en la que la gravedad y el sueño se alían contra la fuerza de voluntad

Quiero dormir más profundo para poder soñar más alto.